Por: José Luis Taveras
La aldea política está nerviosa. La oposición le ha entrado con todo al Gobierno, aprovechando el calor, los apagones y el alza del dólar. El Gobierno responde de forma destemplada. Entramos así al trance de una anticipada agitación de cara al 28. Una guerra de torpedos que busca prematuros posicionamientos electorales. Las ambiciones políticas se desatan y no resisten contenciones.
La comunicación política no cambia: típicamente pueril, ociosamente ruidosa y compulsivamente babosa. Eso es recreo, distracción y deporte para el común de los isleños. Y es que en una sociedad inmune al espanto la noticia es un producto caro y escaso. Por eso cualquier bufón da titulares; si no, pregúntele a Ángel Martínez, "el detective", esa estrella de estreno con cinco semanas en la cartelera de las redes. La "Casa de Alofoke" se abre al público para darle estelaridad hollywoodense a la banalidad del patio.
Los políticos hablan mucho y comunican poco. Escuchar parece ser un acto muy civilizado donde se le da razón al que habla alto. En esta república bananera los histerismos son más persuasivos que los argumentos. Quien no vocea, aburre. Nuestra política, más hormonal que racional, sigue dominada por la adrenalina y el cortisol. Eso tiene su razón: los que participan en ella lo hacen por interés propio, por aquello de que "por la plata baila el mono". Recuerdo a Arturo Pérez Reverte: "Los aplaudidores demagogos son aún más peligrosos y despreciables que los fundamentalistas. Al menos estos tienen fe".
En la política se imponen los instintos y no los juicios. Defender a un gobierno, por ejemplo, es eufemístico; lo que se busca es cuidar un cargo, un contrato, un estatus o una oportunidad, por eso en la cultura oficialista de todos los tiempos las críticas suelen interpretarse como personales y la "razón colectiva" no deja de ser pretexto retórico. Hago, escucho y leo opinión pública y todavía no he dado con un influyente que defienda al Gobierno por algún interés distinto al propio. Ni siquiera la lealtad es legítima; todo está tasado o es tasable. En contraposición, muchos hacen oposición para en el futuro tener o hacer lo que le critican hoy al Gobierno.
"La radio y las plataformas digitales son fuentes sonoras tóxicas; aturden y embrutecen. En el aire, un alud de gárrulos atolondra el juicio, retuerce la verdad y fabrica toda suerte de tramas. Voces chillonas y ásperas frustran desde las seis de la mañana cualquier designio reflexivo. En este verano calcinante, en medio de un tránsito brutal, soportar la vocinglería chillona de los medios es una penitencia purgatoria. "“
La contaminación sofoca en los medios. Voces ásperas, insultantes y prosaicas ensucian como oficio el ambiente mental. Y no solo es el griterío; es la insulsez de lo que se informa. El debate sustantivo, tenido como aburrido, no convoca ni provoca. Al morbo social le apetece la comidilla chatarra adobada con intriga, insultos y berrinches. Hace algunos días un visitante extranjero en proceso de adaptación a esta cultura me preguntó, al oír la radio, "¿pero por qué pelean?". Le contesté que esa era la forma normal de comunicar de nuestros "analistas". Prorrumpió en carcajadas. Nos provoca masticar y rumiar los temas hasta el bagazo. Lamentar las tragedias es otra expresión de ese ruido cotidiano. A veces pienso que nos importan más los problemas que las soluciones; al menos nos brindan motivos para quejarnos, experiencia que parece excitar ese sádico masoquismo del dominicano.
Nuestra política es un montaje de candilejas. Una comparsa de disonancias. Un circo de baratos pasatiempos. La filósofa y politóloga alemana Hannah Arendt escribió: "(...) La calidad teatral del mundo político se ha tornado tan patente, que el teatro podía aparecer como el reinado de la realidad”. La radio y las plataformas digitales son fuentes sonoras tóxicas; aturden y embrutecen. En el aire, un alud de gárrulos atolondra el juicio, retuerce la verdad y fabrica toda suerte de tramas. Voces chillonas y ásperas frustran desde las seis de la mañana cualquier designio reflexivo. En este verano calcinante, en medio de un tránsito brutal, soportar la vocinglería chillona de los medios es una penitencia purgatoria. ¡Dios! ¿Acaso no es suficiente con el dembow? Apagar la radio o el móvil es quizás la decisión más inteligente en esta selva insular.